La República de Rodríguez Zapatero
14/06/2006   Lecturas: 9.488

Catilina

El actual presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, ha dejado claro en reiteradas ocasiones que, para él, la España de hoy mira a la de la Segunda República con orgullo, reconocimiento y satisfacción, al ver lo que hemos sabido hacer entre todos en esta etapa constitucional. Bueno... como pura retórica política, ahí queda, como constatación histórica es una sandez ¿Qué cojones –perdonen el exabrupto- tiene que ver lo que hemos sabido hacer entre todos ahora, con lo que no supieron hacer entre unos pocos entonces?

La España de hoy, esta España moderna, no mira a la Segunda República ni, diría yo, a anteayer mismo. Por razón de edad, quedan pocos ciudadanos que conocieran esa época de verdad y, menos aún, que la recuerden con nostalgia. Si se pregunta a un español de entonces evoca las alpargatas y las condiciones tan precarias en que vivió: mucho peores que las actuales.

Que un individuo que vino a nacer cuarenta años después de que se proclamara la Segunda República haga de ella banderín de enganche si que merece una reflexión, aunque sea somera.

Es claro que mira hacia atrás el nostálgico, el reaccionario, el descontento con lo que tiene hoy y, más aún, el que teme o desconfía del futuro. No hace muchos días, el intelectual -y ex militante del Partido Comunista durante la dictadura franquista- Ramón Tamames, hacía un recorrido rápido por las deficiencias de nuestra etapa republicana que, desde luego, ponía a las claras que no estará entre las mejores que ha conocido nuestra historia, antes bien, todo lo contrario. Por contraposición, analizaba la España moderna, sus estructuras humanas, sociales, económicas, legales, productivas... Y -como yo- miraba Tamames al futuro con optimismo ¿Por qué entonces un individuo joven como Zapatero, que está en la cumbre del poder, vuela hacia adelante pero con la cabeza vuelta hacia atrás, como el pájaro de Borges?

Yo creo que en Zapatero hay un vértigo de sí mismo, de hombre que se halla muy por encima de sus capacidades. De sus capacidades de acción, de esfuerzo, de conocimientos, de entrega y de trabajo. De una manera insospechada, sin nada que decir ni aportar, volumen sin fundamento, en unos meses se traslada de una tranquila ciudad de provincias hasta la cumbre del poder de un país medio-grande. El mismo se rodea de un gentío que más que un gobierno, todos juntos, componen una escena de El Bosco. Desde ministros con los peores antecedentes políticos, hasta alguna secretaria de Estado que agarra una pítima cuando vuela gratis, lo de Zapatero no es un gabinete, es una turba ¿Y qué me dicen de Marín? ¿Recuerdan cuando se dormía en las sesiones del Parlamento Europeo? ¿Y cuando hubo de defenderle Aznar de la acusación de nepotismo?... Les ha seleccionado con lupa; si no, es imposible.

Zapatero mira hacia atrás porque es ahí donde encuentra su instante de gloria, se ve al frente de la pancarta y se siente líder. Entonces todo era fácil, era como dejarse llevar por la corriente. Y, claro, le llevaban; le llevaban entre Polanco y Llamazares. Pero ahora no es tan sencillo. Ahora, cuando gobierna, del otro lado de la pancarta tiene millones de ciudadanos que sabe que son imparables. Se plantea una iniciativa cívica y le presentan cuatro millones de firmas, ¡Algo inusitado en Europa hasta ahora! Y me atrevería a decir que en el Mundo. No creo que ningún líder del Orbe haya conseguido jamás lo que Zapatero: tantos millones de manifestantes enfrente y en tantas ocasiones.

El sabe que ya no habrá otro Día de la Infamia, pero piensa que mientras Polanco le monte, cada mañana al salir el sol, el teatrillo virtual tiene el cargo asegurado. En eso se equivoca. Presenta Ramoncín un acto público y la gente le monta la pajarraca, el señorito Bosé pega el mitin turiferario y el respetable se lo agradece con una sonora pita, y a punto están de devolverle a los corrales de-prisa. Se disfrazan los sindicatos de doctor muerte, mientras la España de hoy, que por suerte no es la de la Segunda República, le planta al presunto asesino en serie de izquierdas las debidas denuncias por lo criminal.

Mientras huyen de la realidad vertiginosamente hacia atrás, los polanquineros arrojan fuego por la boca y lanzan a los cuatro vientos, como ventosidades, dramáticas profecías y consignas imposibles sin darse cuenta de que una cosa es España y otra su extrema izquierda... del siglo XIX.