Los muertos de Polanco
14/12/2004   Lecturas: 10.835

Catilina

Gozan de buena salud. De esto no cabe duda. Para el Grupo Prisa no cabe mayor fracaso.

Los muertos de Polanco son dos fundamentalmente: el delincuente internacional Paesa, al que el Gobierno González le pidió, que pusiera bajo tierra (¿a qué precio?) y Trillo, ex-ministro de Defensa del segundo Gobierno Aznar, cadáver político sobre el cual cae insistentemente, como lluvia fina, la inquina de Polanco y de U signurinu. Pero el caso es que el ejército mediático del Comendador no consigue que sus muertos le descansen de una jodida vez.

En el caso de Paesa, se veía venir. No se puede obrar el entierro de un delincuente de tan altos vuelos así como así, como si fuera el entierro de la sardina de los carnavales del pueblo del señorito. Al correr del tiempo, el vulgo, que algo se maliciaba ya, vuelve a darse de cara con el muerto, más vivo que nunca, y le pierde el respeto al señor de la finca y a sus aparceros. Respeto que hace tiempo decrece precipitadamente.

El caso es que es de risa, y de Prisa, ver con el tiempo cómo le sale a Don Jesús el entremés: Ver primero la esquela de Paesa muerto por El País de entonces, y escuchar después el sonoro silencio de El País (La Prisa) de ahora, ante la resurrección de Paesa como timador universal, solo o en compañía de su sobrina. A Don Jesús, el muerto se le fue de rumba.

Y luego está Trillo, aquel mal ministro de Defensa que tuvo la desgracia de que se le cayera un avión cargado de militares en Turquía, justo cuando La PSOE lo necesitaba en su campaña preelectoral, para cargar las tintas contra un gobierno al que hacía ya mucho meses estaba dispuesto a derrocar de cualquier manera, y en compañía de todas las banderas y todos los grupos antisistema del país.

Trillo gestionó mal el reconocimiento, clasificación y regreso de los cadáveres de los militares. De eso no nos cabe la menor duda, aunque hace algunas semanas oíamos a un general responsabilizarse personalmente del error. El era el ministro y último responsable.

Desde entonces colea el caso Yakolev, el mismo que cargará cualquier día sobre sus espaldas Zapatero; porque los aviones tienen la mala costumbre de caerse. Al tiempo. Y desde entonces, cada día, en la portada de El País, encontramos un recuadro dedicado al cadáver político, ignoramos por y para qué.

La última noticia, que pretendía ser el tiro de gracia sobre el bulto inerme, era la contratación de unos seguros de vida para altos cargos del Ministerio de Defensa. Cuando, al día siguiente, España conocía por otro diario que estos seguros se contrataban desde 1992, por iniciativa del ex-presidente Felipe González, como compensación a altos cargos de toda la Administración por el riesgo personal y familiar de aceptar el puesto, en un país con alto riesgo terrorista. Al día siguiente, ya digo, las sonoras carcajadas ciudadanas retumbaban -como pedo en botija- frente al estremecedor silencio de El País como fondo.

Dado su estado de postración, al ex-ministro la portada debió de resultarle molesta y poco más, pero a El País le supone una carga de profundidad más sobre un casco tan debilitado, que le coloca en cotas de credibilidad abisales y amenaza su ruina.

Clamé a Prisa y no me oyó...